LA «CULPABILIZACION» DEL EXTRANJERO.

 

Podría haber llamado a esta “entrada” o artículo “la batalla de las renovaciones”, más que nada por seguir con la retórica que ha caracterizado a este blog desde sus inicios, pero es que hoy me interesa más llamar la atención sobre lo que está detrás, y por otra parte, reflejar mi conciencia de que lo de las renovaciones no es precisamente una batalla, a lo sumo una sucesión de pequeñas escaramuzas en un terreno común.

Estas escaramuzas se producen cada vez que un inmigrante que ha conseguido saltar todos los obstáculos de su carrera, que ya sabemos que son muchos, llega a la necesidad de renovar su permiso, para mantener el nivel de derechos que ha conseguido alcanzar, o sea, sus papeles. No perderlos, que no se los quiten, no quedarse otra vez con el culo al aire de la tan eufemísticamente llamada “situación irregular”. Por mi despacho han pasado casos en que la gente ha perdido su situación de derechos tan arduamente conseguida sin tan siquiera haberse resistido, o sea, sin haberla ni solicitado, porque algún imbécil les dijo que no se lo iban a dar, con lo que a los tres meses se quedó incluso sin posibilidades, como delincuente que se entrega sin defenderse.

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Utilizo este símil porque de eso va la regulación. Sin aburrir mucho con el artículo tal o cual explicaré que la renovación del permiso se va a hacer depender siempre del cumplimiento de unos requisitos, y que esos requisitos sólo aparentemente van a depender del propio inmigrante interesado. Es decir, no dependen de él, pero a alguien se le ocurrió la genial idea de que «pareciera» que dependían de él, para que «pareciera» que la denegación es en el fondo culpa suya.

La lógica es aplastante: si los requisitos dependen de ti, y no los cumples, la culpa es tuya, tú te lo has buscado, a mí qué me cuentas, haber espabilado, etc, etc, etc. Pero la trampa del asunto está en ese “aparentemente”. Porque a cualquiera que se encuentre mínimamente relacionado con el mundo del trabajo, si le dicen que el tiempo de cotización de un trabajador depende del mismo trabajador, lo más seguro es que le entre un a modo de risa tonta, así, floja pero imparable, y la sensación de mirar hacia atrás a ver si hay cámara oculta, o dónde está la broma, no vaya a ser que me esté riendo y el objeto de la broma sea yo mismo.

Y esa es la trampa, o cómo la antes aplastante lógica se convierte en un engaño de trilero. En el contexto de una crisis económica montada sobre el estallido de una burbuja que se había inflado a base de mano de obra barata (inmigrante en un alto porcentaje) y demanda creciente (ayudada por la presencia de inmigrantes), y en la que muchos nacionales se hicieron ricos o sacaron pingües beneficios que las pérdidas posteriores no vinieron a anular  (que les quiten lo bailao), ahora les decimos a los que se han quedado más desamparados en esa crisis que se vuelvan por donde han venido, y que el que no consiga quedarse es por culpa suya, y que esa culpa consiste en que no encuentren ningún empleo, o ningún empleador que les quiera dar de alta en seguridad social. Ya de dignidad ni hablamos.

Pero ahora fíjense en lo retorcido de la lógica que está detrás de esto, el manejo del mecanismo psicológico de la culpa, tanto entre los propios, como para los extraños al proceso. En primer lugar la culpa, la responsabilidad, siquiera en algo tan etéreo como “no haber buscado lo suficiente”, que desactiva al afectado en su capacidad reivindicativa y de contestación, mucho más todavía, entiendo, que la propia condición en que queda, calificado de “ilegal”. Pero sobre todo respecto a los otros, respecto a nosotros, los que vemos a esos extranjeros y se nos induce a pensar que si han vuelto a la ilegalidad ha sido por culpa de ellos mismos, por dejadez, vagancia, incompetencia, desidia o lo que sea, como si eso fuera ahora mismo determinante de algo. Pero ese sutil mecanismo sirve para dos cosas: por un lado impide embarrar nuestras conciencias, dado que le da una apariencia de justicia al sistema que apoyamos, que nos deja tranquilos; por otro lado intenta legitimar todo lo que se pueda hacer sobre ellos después. Dicho en palabras de algún “cuñao” que en seguido opinará sobre el tema:  en España no hay “ilegales”, que los que están sin permiso es porque quieren o porque ellos se lo han buscado.

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Este mecanismo lógico es en realidad el mismo que se esconde detrás de una sociedad donde asistimos impávidos al incremento de la “mano dura” como forma de resolver o prevenir problemas sociales, el crecimiento de nuestra población reclusa a niveles inadmisibles y siempre sobre la base de un perfil social que, por otra parte, nos hace sentir tranquilos por cuanto nos sentimos ajenos a él. Ese mecanismo perverso – ya ni digo lógico – es el mismo que se esconde en la culpabilización y criminalización del pobre desde los tiempos inmemoriales del más rancio liberalismo basado en el calvinismo de la predeterminación. Esa perversión mecánica – ya no lo llamo mecanismo – nos acaba envolviendo a todos como un sigiloso pulpo que ahoga nuestras conciencias y acalla nuestras empatías, siempre tan peligrosas.

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